1. Asegúrate de que el niño está a salvo y que no hay amenaza para su salud. Todo lo demás es secundario. Una madre o padre tranquilo es un ancla para la estabilidad familiar.
2. Establece contacto visual: baja a su altura, atrapa su mirada y no hagas nada durante algunos segundos.
3. Si es posible y si lo acepta, establece contacto físico, el piel con piel siempre es muy beneficioso.
4. Di con un voz calmada, sin notas de enfado ni de falta de paciencia: "Te escucho". Tu labor es dejar claro que estas ahí y que quieres saber qué le sucede.
5. Si consideras importante cambiarle de contexto, avísale de ello previamente y actúa.
6. Una vez en el espacio seguro, restablece el contacto. Dependiendo de las circunstancias y de la edad del peque, ahora puedes:
- Hablar y reconocer los sentimientos que el niño está experimentando: Veo que estas enfadado, ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo se puede solucionar? Yo te ayudo.
- Dar agua y concentrarnos en la respiración para poder restablecer un ritmo adecuado.
- Si quiere, darle un abrazo.
- Cuando baje el grito y el enfado, explicarle que no se debe elevar la voz, aunque estemos enfadados.
- Evaluarnos, ya que en ocasiones, elevamos la voz sin darnos cuenta y ellos lo imitan.
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